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La Visita de Macario


H
oy vino a visitarme Macario, un viejo amigo. Como de costumbre, lo primero que buscó fue un sitio donde sentarse, cosa que hizo en el lugar más cómodo que encontró: el interior del carrito de supermercado; ya que no hay sillas, sillones, bancos ni nada parecido en la habitación, ni siquiera una cama. Luego bebimos vino y rememoramos momentos felices que compartimos cuando ignorábamos que éramos felices.
Cada vez que Macario bebe alcohol, su memoria se dispara, y recuerda hasta los detalles más irrelevantes de los acontecimientos más intrascendentes de su -según él- azarosa e intensa vida. Por momentos, consigue recordar incluso aquello que jamás sucedió, en un alarde de memoria digno de un fenómeno de esos que aparecen -afortunadamente- muy de vez en cuando.
Una vez que hubieron transcurrido aproximadamente cuatro litros -durante nuestros encuentros, la unidad de medida de tiempo es el litro de vino- Macario comenzó a poner en práctica aquello que mejor sabe hacer: Vaticinar. Dijo que nada cambiaría, salvo algunas pocas cosas -se negó, piadosamente, a revelar cuáles- que sí lo harían, pero para peor. Añadió que el tiempo seguiría siendo inmutable, y que la atemporalidad permanecería en su eterno estado de latente espera.
Un par de litros más tarde, la incertidumbre más cruda pareció apoderarse de los pensamientos de Macario, y me confesó que todo aquello que en forma de pasión había alguna vez arrebatado su alma, le resultaba ahora poco menos que indiferente. Continuó diciendo -mientras no dejaba de cambiar de posición sobre el seguramente incómodo carrito de supermercado- que le costaba creer que tales frivolidades como las artes o las ciencias, hubieran sido alguna vez el motor de su conducta o la de cualquier otro.
-La futilidad veleidosa de las artes es sólo comparable a la ingenua certitud de las ciencias. -sentenció, para luego dejar caer su cabeza hacia atrás y quedarse dormido, en una escena que despertó en mí una inexplicable sensación de compasión y ternura hacia ese ser que -en un acto de valiente cobardía- intentó escapar de su dolorosa locura pagando el elevado precio de una bien merecida cirrosis.