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La Visita de Laurent Macari


N
uestra familia fue hoy sorprendida por la visita de mi viejo y entrañable amigo Laurent Macari. No sin antes excusarse larga e innecesariamente por lo inesperado de su llegada, como de costumbre saludó a todos los habitantes de la casa con la pomposa solemnidad que lo caracteriza, una clase de solemnidad más propia de un encuentro oficial con un jefe de estado o con un representante de la más rancia y avinagrada nobleza, que con los integrantes de una familia que es su amiga desde hace ya muchos años. Más que nada por una cuestión de economía de tiempo, mi esposa Marcella y yo tratamos de disuadirlo de sus absurdamente protocolares maneras, aunque procurando, dentro de nuestras posibilidades, evitar que se sienta ofendido.
Las niñas, en cambio, aprovecharon la oportunidad para burlarse, tanto de él como de sus sobrecargadas maneras. Cindy lo hizo siguiéndole la corriente y respondiendo a cada una de sus actitudes de una forma que hubiese sido seguramente muy bien vista en alguna boda real europea, e incluso fue particularmente minuciosa a la hora de ejecutar, a la perfección, cada uno de los premeditados pasos y las respetuosas reverencias, inclinándose justo lo necesario y demostrándonos a todos su fluido dominio de la materia en cuestión; esto hizo que tanto mi esposa como yo comenzáramos a pensar seriamente en no seguir permitiendo que pase tanto tiempo entre príncipes e infantas, o como les llama Marcella: “malas compañías”.
Vannia, por su parte, se empeñó en presentar a nuestro perro Phacha como el principal heredero al trono de una supuesta tradicional casa real europea a la que ella llamó para la ocasión “Tengo la cabeza tan grande que no me entra la corona”. Hizo esta presentación con una seguridad y un aplomo tal, que todos los presentes, de una manera instintiva y casi sin darnos cuenta, adoptamos la rígida y altanera postura corporal que supusimos apropiada para tales ocasiones, mientras Phacha, fiel a su costumbre, daba enormes brincos e intentaba por todos los medios posibles e imposibles lamer la cara del invitado.
Una vez que se hubieron apaciguado estas formalidades, basadas todas ellas en eso que Marcella gusta llamar “tilinguería”, Laurent tomó asiento y comenzó a relatarnos el motivo de su inesperada visita:
-Junto a mi familia, que como vosotros bien sabéis se dedica desde hace ya casi cuatro siglos a la elaboración de vinos, pusimos nuestra atención en la zona vitivinícola de Santa Mónica. Yo personalmente ya me he dedicado a observar los viñedos durante mi primera visita, a fines del año pasado, cuando vine a vuestra casa con motivo de los festejos de la decimotercera revolución del planeta Venus alrededor del sol desde el advenimiento de nuestra querida Vannia. –Dicho esto, dirigió su mirada en dirección a nuestra hija menor, cosa que hizo mostrando una clara expresión de ternura en su rostro, para luego proseguir: -En aquel entonces no teníamos claro aún si realmente deseábamos expandir nuestro negocio fuera de Europa, sobre todo teniendo en cuenta que acabábamos de comprar unos excelentes viñedos en las inmediaciones de Lyon, y que esta nueva adquisición estaba acaparado la mayor parte de nuestra atención y nuestros recursos. Pero ahora las cosas han cambiado. La expansión hacia nuevos horizontes se ha convertido para mi familia, debido a diferentes cuestiones de carácter mayormente técnico con las cuales no pretendo ahora aburriros, en algo de fundamental importancia, sobre todo teniendo en cuenta que aquí, o para ser más precisos en las laderas de algunas de las montañas de Santa Mónica, suele darse un vino de un carácter excepcional. Ni los agrónomos ni los enólogos han sabido explicar las razones de esta extraña y deliciosa calidad de algunos vinos de la región que hemos tenido la oportunidad de catar. –Hizo una pausa con el objeto de cargar su pipa, mas cuando se disponía a esto, una mirada de Marcella fue suficiente para disuadirlo de su descabellada idea de fumar en el interior de nuestra casa. Volvió a guardar su pipa en uno de los bolsillos interiores de su chaqueta, y con un gesto de resignación continuó con su exposición: -Según comentan algunos lugareños, las razones que permiten la obtención de un vino de tales características en esta zona, no deben ser buscadas en el clima, ni en las condiciones particulares del suelo, ni siquiera en las vides; al parecer, estos vinos únicos no se deben a otra cosa, según esos lugareños, que a una serie de vibraciones o emanaciones energéticas específicas que son emitidas desde Malibu Creek State Park por algunos individuos que van allí a orar con cierta frecuencia. Por lo que pude saber, estas personas no pertenecen todas al mismo credo, ni están organizadas para rezar o meditar allí de una manera en particular, ni mucho menos tienen, la mayoría de ellas, la menor idea acerca de los efectos benéficos que sus plegarias ejercen sobre algunos de los vinos de la región. –Luego de expresarse de esta manera, Laurent sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta un pañuelo de seda natural, finamente bordado, y lo usó para secarse el abundante sudor que cubría su frente.

Lo que nuestro amigo nos acababa de referir me hubiera parecido una soberana estupidez, o bien la consecuencia directa de la ingestión abusiva de sustancias psicotrópicas, de haber venido de cualquier otro. Pero tratándose de un conjunto de conceptos provenientes de mi viejo amigo Laurent Macari, a quien siempre admiré debido fundamentalmente a la profunda generosidad de sus ideas y a la solidez de sus argumentaciones, no tuve más remedio que aceptar que cualquier duda que surgiera de mi parte, no sería sino el resultado inevitable de mi ignorancia y de mi incapacidad para aceptar aquello que trasciende los estrechos límites de mi modesto discernimiento.