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Sueño y Vigilia de Macario Mamaní


E
n la penumbra de la habitación en cuyo interior había una cama sobre la que dormía Macario, éste soñó que salía de su trabajo. Como de costumbre, caminó unos pocos metros antes de llegar a la parada del autobús que lo llevaría de regreso a su casa. Allí lo esperaría su esposa, seguramente lista para darle el parte diario de novedades, algo así como: El gato se comió la única flor que dio esta temporada la única planta que hay en la casa; el niño sacó muy buenas notas en literatura, no así en matemáticas; el precio del tomate subió por segunda vez en apenas un mes, y así ya no se puede vivir; y un sinfín de cosas por el estilo que Macario jamás escuchaba pero que siempre fingía oír con la mayor de las atenciones. Luego irían juntos a tomar unas cervezas en el bar de la esquina y se relajarían y dormirían tranquilos. En el sueño de Macario todo sucedió tal y como sucedía a diario, y lo único que no parecía rutinario era ese progresivo y a la vez emocionante acostumbramiento a la rutina.
Cuando despertó, la cama aún flotaba sobre el riacho apestoso sobre el que la había encontrado la noche anterior. Esperó a que su cama pasase cerca de algo sólido a qué asirse, pues ya era hora de levantarse. Más tarde, cuando la cama pasó cerca de un muro tan alto que parecía ir más allá del cielo, Macario atinó a saltar, para luego caminar tranquilamente por la superficie del muro hasta llegar tan alto que comenzó a sentir vértigo; entonces subió un poco más, miró hacia abajo y se sintió mejor. Luego vio venir hacia él una jauría de animales que no había visto nunca, pero que parecían amistosos. Y cuando estos llegaron donde él se encontraba, lo devoraron, para luego olfatearlo tímidamente y acto seguido acercarse cautelosamente. Desde el interior de cada una de las bestias, Macario sintió compasión por ellas, y se alejó para conservar así su integridad física. Se alejó tanto que inevitablemente cayó sobre la cama que aún flotaba sobre el apestoso riacho. El torrente de éste subía en dirección a la base de un muro por el que venía una jauría de animales que no había visto nunca, pero que parecían amistosos. Los devoró, para luego olfatearlos tímidamente y después acercárseles cautelosamente.
Se sintió cansado y se echó a dormir en el fondo del riacho apestoso sobre el que flotaba aún –como siempre lo había hecho- su cama ahora poblada de animales que no había visto nunca, y que se devoraban entre sí hasta multiplicar su número de manera tal que ya no cabían en la cama y huían volando hacia las profundidades de un maloliente riacho sobre el que ahora flotaba la cama de Macario, quien comenzó a soñar que salía de su trabajo. Como de costumbre, caminó unos pocos metros antes de llegar a la parada del autobús que lo llevaría de regreso a su casa, donde seguramente lo esperaría su esposa, como siempre lista para darle el parte diario de novedades, algo así como: El perro se comió la única planta que había en la casa; el niño sacó muy buenas notas en matemáticas, pero según su maestra es algo indisciplinado; el precio del tomate subió por tercera vez en apenas dos meses, y así ya no se puede vivir; y un sinfín de cosas por el estilo que Macario jamás escuchaba pero que siempre fingía oír con la mayor de las atenciones. Luego irían juntos a tomar unas cervezas en el bar de la esquina y se relajarían y dormirían tranquilos y tendrían sueños apacibles que los ayudarían a soportar aquella rutina que se hacía, progresivamente, más y más imprevisible.